La alberca del balneario era
honda y yo pequeña. Tenía cinco años o
tal vez cuatro cuando pasó. Mi hermana y
mi prima me gritaban desde la parte profunda de la
alberca, alentándome a entrar. Más tarde vieron que no me animaba a
seguirlas y perdieron interés, siguieron jugando a hacer piruetas olvidándose de mí. Pero yo
ya estaba tentada y se me hizo fácil dar el salto sin chaleco protector ni salvavidas: caí
de sopetón en área peligrosa. Una parte
de mi cabeza asomaba entre el agua dificultosamente, era complicado respirar.
El oxigeno me llegaba por turnos, a veces sí, a veces no, dependiendo de las
olitas que los demás bañistas hacían. Brincaba para alcanzar la mayor cantidad de
aire pero mi salto no era suficiente y
antes de poder tomar una bocanada, ya me encontraba de nuevo en la infame
alberca. Hasta que tanteando el suelo con los pies di con lo que sería mi salvación:
una roca. La piedra no era más grande que un borrador pero
me ayudó a impulsarme nuevamente e inhalar una cantidad de oxigeno aceptable. Así hice
durante algunos minutos hasta que alguien avisó que una nena se encontraba atragantándose
de agua en la piscina. Un muchacho me sacó gracias a la petición alarmada de mi madre. Yo,
atolondrada, no daba crédito, me había salvado de puro milagro. Desde entonces
no he vuelto a ver a las piedras de la misma manera.
Li Young Lee
A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.
Que alguien le diga que ya se duerma.
Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida
lo que está vivio, se calcina.
Que alguien le diga que ya se duerma.
Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida
viernes, 29 de marzo de 2013
jueves, 28 de marzo de 2013
Se vale andar
viernes, 18 de junio de 2010..publicado en otro blog que después cerré.
Se vale andar
Todavía. Es la respuesta que
debí darle cuando me preguntó si aún escribo. Era mucho mejor al insipiente
movimiento que salió de mí cabeza para afirmar que sí. No supe contestarle
adecuadamente, al menos no como es justo. Lo hago sí, y con más miedo que antes
porque he descubierto que mi trabajo sigue el mismo patrón de hace ya unos años.
Me he encontrado con el hecho de que mi estilo persigue tanto o más que yo los
lugares en los que he estado y las personas que me conocen. Aún así continuo
haciéndolo. Escribir me da miedo y lo atribuyo a mi falta de constancia y
técnica, pero insito, no siempre por cierto, pero tengo días en los que es fácil
batallar y otros en los que el trabajo creativo no pasa de ideas, borradores o
la frase inicial para un cuento. Parece que se puede subsanar el apego, a la
manía de abrir un cuento según un patrón, por ello he diseñado el Blog: para
obligarme a escribir, redactar, des-redactar, inventar palabras, gestos o lo que
fuere en bien de mi estilo. También para crear nuevos espacios donde mi
narrativa desahogue tanto como pueda la nostalgia. Me espera pues, la faena,
pero es nada si lo comparo con el trabajo que Faulkner o Hemingway le han
dedicado a su técnica. Se vale andar a tientas mientras buscas, así que si me
permite, mi querido lector, voy a andar. Voy a andar mi querido amigo.
Let
Antes de que suceda otra
cosa, lo mejor es permanecer quieta. Así por lo menos se puede fingir un poco
más. Hoy haremos como si y me refiero a que actuaremos según o de
acuerdo a como se comporten los demás pasajeros del autobús. Claro, eso si
reprimimos un poco el miedo que nos provoca el abultamiento de las masas
sudorosas y bamboleantes. Aparentemos, hagamos una obrita de teatro en la que
somos el personaje principal y en la que nadie, a excepción de nosotras
puede cambiar las reglas del juego. Entonces decimos que estamos quietas, que
estoy quieta pero que las decisiones sobre lo que resultará de ahora en adelante
sólo me pertenecen (hagamos como si desde ahora) a mí, yo, ella,
nosotras (hago como si). Imaginemos que somos varias, nostras, yo, en
el mismo cuerpo, dirigiremos la ruta del colectivo. Ahora me encuentro
levantando la mano al estilo Matilda, sí, esa misma, la de la película (tin tin
tin, estoy cantando, adivina cuál es, la letra empieza con ella durmió al
calor de las brazas); levanto el brazo para orquestar el movimiento
acelerado por entre las calles de la ciudad. Me gusta, nos, hacer eso seguido,
sobre todo como hoy que se encuentra tan congestionado y ataviado de carros
calurosos humeantes de vapor negro petroloso. El brazo se levanta y comienzan
los movimientos, los ves, vemos, acá están, son claros y fáciles de ejecutar.
Somos felices un ratito (la canción termina, pero seguimos con la siguiente del
disco, hay una grieta). Claro está que el efecto se pierde porque las
masas olorosas a vida cotidiana los hacen desparecer (hablo de los
brazos). Hasta que de pronto, casi siempre lo presentimos. Alguien nos ha
visto de reojo otra vez y cómo no saberlo porque esa clase de mirada sólo se
esgrime de un ser inferior. Deberíamos estar acostumbradas, no es la primera
vez, estamos, está convencida de eso pero no se puede hacer más que jugar.
Entonces juguemos todas, cada una de nosotras intentará desmitificar el mito.
Primero yo, o ella en el mejor de los casos, intenta abalanzarse al otro lado
del bus (hoy murió Monsi, ayer Saramago, despiértame cuando pase el
temblor). Difícil nos resulta a todas porque el tumulto no permite siquiera
mover los pies. Bien, llegamos con todo y el riesgo de convertirnos en una
percusión craneana. Al fin descansamos pero seguimos agazapadas por la
situación. Cuando se abalanza ella, nosotras, yo, es siempre sobre seguro aún
con todos los inconvenientes, logra salir a flote y salvarse del conflicto.
Estamos hartas, eso también es verdad aunque de cuando en cuando nos da por
pensar que la mitad de los problemas se deben a que se cree, se piensa o supone
que la destrucción de un humano puede lograrse por medio del constante
permanente agobiante penetrante acoso a la situación privada (yo creo en el gran
hermano, santo santo sea el gran hermano). De ella, nosotras, depende si permite
que el tiburón de la ciudad se la coma y le haga mierda el corazón (de aquel
amor de música ligera, nada más..). No, nada, todavía se presiente la
mirada pero ahora también adelante, atrás, a los lados, es decir, todos sin
excepción han caído en la cuenta que ella, yo, nosotras, hemos subido a la ruta
45. Y ahora qué, me preguntan todas a la vez, qué vamos a hacer ahora; yo, ella,
contesto, toca seguir jugando. Juguemos entonces murmuran todas en un coro. Y
jugamos y todos, nosotras y los demás, hacemos como si hasta que
alguien taladra ya no sólo con los ojos; es ahora un regordete flácido moreno y
apestoso cuerpo sin bañar quien se atreve a emitir un deleznable y oloroso
comentario con olor a vomito. Huele a Vomito dice ella. No, contestan todas, es
olor a vomito por el alcohol. Va a vomitar asegura ella. No, afirmo yo, pero sí,
está vomitando aunque no le nace desde el estómago. Sale de la garganta, de las
cuerdas que emiten sonido (dice algo así como allá está). Y luego ellas
y yo seguimos en el trance motorizado de la sierra mecánica, la combustión de
aceites viajando por todo el vehículo. Inicia tal ruido que sólo podemos
escucharnos a nosotras. Todos sin excepción desaparecen. Dos, tres, cuatro
minutos de paz........... cerramos los ojos{{{{, es mejor, así tampoco vemos
]]]]], ello nos limpia un poco el ambiente......... cuatro grandes aspiraciones
de aire. Tenemos piojos y vestimos harapos pero no dispersamos olor a vómito. El
camión apesta, se acaba el oxigeno, ya no hay para todos los presentes. Salgamos
ya, propongo intrépida, todavía no, dicen ellas, la parada aún queda lejos. No,
es tiempo, antes que termine de carcomernos el señor con olor a vomito (hay
una grieta en mi corazón). Y bajamos todas del colectivo. Van saliendo
todas de mi cuerpo, ellas, ella, hasta que sólo quedo yo a mitad de la calle.
Camino a casa. (despiértame cuando pase el temblor).
Liz Carr
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