Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

jueves, 28 de marzo de 2013

Let

Antes de que suceda otra cosa, lo mejor es permanecer quieta. Así por lo menos se puede fingir un poco más. Hoy haremos como si y me refiero a que actuaremos según o de acuerdo a como se comporten los demás pasajeros del autobús. Claro, eso si reprimimos un poco el miedo que nos provoca el abultamiento de las masas sudorosas y bamboleantes. Aparentemos, hagamos una obrita de teatro en la que somos el personaje principal y en la que nadie, a excepción de nosotras puede cambiar las reglas del juego. Entonces decimos que estamos quietas, que estoy quieta pero que las decisiones sobre lo que resultará de ahora en adelante sólo me pertenecen (hagamos como si desde ahora) a mí, yo, ella, nosotras (hago como si). Imaginemos que somos varias, nostras, yo, en el mismo cuerpo, dirigiremos la ruta del colectivo. Ahora me encuentro levantando la mano al estilo Matilda, sí, esa misma, la de la película (tin tin tin, estoy cantando, adivina cuál es, la letra empieza con ella durmió al calor de las brazas); levanto el brazo para orquestar el movimiento acelerado por entre las calles de la ciudad. Me gusta, nos, hacer eso seguido, sobre todo como hoy que se encuentra tan congestionado y ataviado de carros calurosos humeantes de vapor negro petroloso. El brazo se levanta y comienzan los movimientos, los ves, vemos, acá están, son claros y fáciles de ejecutar. Somos felices un ratito (la canción termina, pero seguimos con la siguiente del disco, hay una grieta). Claro está que el efecto se pierde porque las masas olorosas a vida cotidiana los hacen desparecer (hablo de los brazos). Hasta que de pronto, casi siempre lo presentimos. Alguien nos ha visto de reojo otra vez y cómo no saberlo porque esa clase de mirada sólo se esgrime de un ser inferior. Deberíamos estar acostumbradas, no es la primera vez, estamos, está convencida de eso pero no se puede hacer más que jugar. Entonces juguemos todas, cada una de nosotras intentará desmitificar el mito. Primero yo, o ella en el mejor de los casos, intenta abalanzarse al otro lado del bus (hoy murió Monsi, ayer Saramago, despiértame cuando pase el temblor). Difícil nos resulta a todas porque el tumulto no permite siquiera mover los pies. Bien, llegamos con todo y el riesgo de convertirnos en una percusión craneana. Al fin descansamos pero seguimos agazapadas por la situación. Cuando se abalanza ella, nosotras, yo, es siempre sobre seguro aún con todos los inconvenientes, logra salir a flote y salvarse del conflicto. Estamos hartas, eso también es verdad aunque de cuando en cuando nos da por pensar que la mitad de los problemas se deben a que se cree, se piensa o supone que la destrucción de un humano puede lograrse por medio del constante permanente agobiante penetrante acoso a la situación privada (yo creo en el gran hermano, santo santo sea el gran hermano). De ella, nosotras, depende si permite que el tiburón de la ciudad se la coma y le haga mierda el corazón (de aquel amor de música ligera, nada más..). No, nada, todavía se presiente la mirada pero ahora también adelante, atrás, a los lados, es decir, todos sin excepción han caído en la cuenta que ella, yo, nosotras, hemos subido a la ruta 45. Y ahora qué, me preguntan todas a la vez, qué vamos a hacer ahora; yo, ella, contesto, toca seguir jugando. Juguemos entonces murmuran todas en un coro. Y jugamos y todos, nosotras y los demás, hacemos como si hasta que alguien taladra ya no sólo con los ojos; es ahora un regordete flácido moreno y apestoso cuerpo sin bañar quien se atreve a emitir un deleznable y oloroso comentario con olor a vomito. Huele a Vomito dice ella. No, contestan todas, es olor a vomito por el alcohol. Va a vomitar asegura ella. No, afirmo yo, pero sí, está vomitando aunque no le nace desde el estómago. Sale de la garganta, de las cuerdas que emiten sonido (dice algo así como allá está). Y luego ellas y yo seguimos en el trance motorizado de la sierra mecánica, la combustión de aceites viajando por todo el vehículo. Inicia tal ruido que sólo podemos escucharnos a nosotras. Todos sin excepción desaparecen. Dos, tres, cuatro minutos de paz........... cerramos los ojos{{{{, es mejor, así tampoco vemos ]]]]], ello nos limpia un poco el ambiente......... cuatro grandes aspiraciones de aire. Tenemos piojos y vestimos harapos pero no dispersamos olor a vómito. El camión apesta, se acaba el oxigeno, ya no hay para todos los presentes. Salgamos ya, propongo intrépida, todavía no, dicen ellas, la parada aún queda lejos. No, es tiempo, antes que termine de carcomernos el señor con olor a vomito (hay una grieta en mi corazón). Y bajamos todas del colectivo. Van saliendo todas de mi cuerpo, ellas, ella, hasta que sólo quedo yo a mitad de la calle. Camino a casa. (despiértame cuando pase el temblor).
Liz Carr

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