Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

lunes, 13 de diciembre de 2010

Gas

Gas
Al sexto día Dios creó al hombre de arcilla, lo formó a imagen y semejanza suya. Al terminar su nueva creación, la contempló un momento y notó que tenía el rostro deforme. Llamó a Prometeo quien trabajaba el barro de forma exquisita y éste concluyó la obra. Al séptimo día, cuando Dios padre descansó, llegó a puerta del cielo un aviso de Prometeo y una cajita de madera con el primer hombre todavía crudo y sin vida:
Su ilustrísima, el mortal quedó perfectamente terminado, pero en casa no tengo fuego para encender el horno. Le ruego que me disculpe.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Antioxidantes

Antioxidantes
Cuando se mira al espejo percibe arrugas, canas, dientes amarillos, ojeras, la vida ya pasó y sigue viva. ¡Qué contradicción tan grande! Se da miedo ella misma, entiende por qué los nietos no quieren saludarla, incluso les tiene algo de humanidad. Toma la seria providencia de solucionarse. Borra con un pañuelo la imagen de su rostro en el espejo hasta que desaparece completamente; luego en su lugar garabatea una cara con una enorme pera al frente y un sombrero azul en la cabeza. El dibujo de su espejo queda marcado en su piel. Nunca será bella otra vez pero al menos tendrá una cara que haría sonreír a sus nietos.     

miércoles, 8 de diciembre de 2010

No tan común

No tan común
Chihuahua
México
En la parada del bus
De mañana
Mayo
La calle por donde cruzan los autobuses es estrecha y el sol se comporta inclemente. Al menos veinte personas hacen fila para esperar la ruta. Todos, a excepción de una diminuta joven, permanecen de pie  y fuera del cubre sol. Ella se ve serena, permanece tranquila, no teme. Llega caminando desde la otra esquina un hombre no mayor de sesenta años, se sienta al lado suyo, le pregunta cuál es la ruta que tomará, se muestra realmente amigable, como si no se hubiese dado cuenta; ella dice la 21, voy al centro. El resto observa con cuidado cada uno de los gestos que la chica realiza; algunos se pegan con curiosidad para escuchar a detalle la plática, otros fingen no haberla visto, otros más no la han visto. El hombre es francés, ella le distingue el acento cuando pronuncia la palabra carro. Me llamo Jean, ¿Puis-je faire quelque chose pour vous? No, nada, contesta la joven y emite una leve sonrisa, pero gracias. El insiste, podemos irnos si usted me lo pide. Para qué, en cualquier lugar siempre será lo mismo, ¿Qué no ve que la mediocridad humana se encuentra en todas partes? Él posa sus ojos en las diminutas piernas de la chica. Mide, tal vez, no más allá de un metro. Tomaré el avión para París mañana en la noche, podemos ir los dos. No sé quién es usted ¿Por qué habría de creerle?, Contesta la joven. Jean piensa para él, ¿Quoi de plus beau que una chica indefensa? Pero no dice nada para no derribar su gran talante. Desde que era niña, antes que lo pudiera razonar, supo que era pequeña. Lo descubrió cuando en la calle la llamaron “pitufina” y eso que a ella le encantaban los enanitos de Blanca Nieves. Ello por lo general, le tiene sin cuidado, se siente a gusto casi todo el tiempo, salvo aquellas ocasiones en las que tiene que disimular (no por ella, sino por aquellos que le cuestionan su condición), el bochorno y la pena. El colectivo aparece disminuyendo la velocidad hasta detenerse frente a Jean y la joven. Ella se levanta de la silla como la misma emperatriz, mirándolos a todos con aire de superioridad terrestre, después sube dando saltitos entre los escalones del autobús. Jean la mira sobrecogido, en ese instante la reyna menina se despide amorosa con ambas manos desde el colectivo.