Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

viernes, 29 de marzo de 2013

De cómo salvé la vida


 

La alberca del balneario era honda y yo  pequeña. Tenía cinco años o tal vez cuatro cuando pasó.  Mi hermana y mi prima  me  gritaban desde la parte profunda de la alberca, alentándome   a entrar. Más tarde vieron que no me animaba a seguirlas y perdieron interés, siguieron jugando  a hacer piruetas olvidándose de mí. Pero yo ya estaba tentada y se me hizo fácil dar el  salto sin chaleco protector ni salvavidas: caí de sopetón en área peligrosa.  Una parte de mi cabeza asomaba entre el agua dificultosamente, era complicado respirar. El oxigeno me llegaba por turnos, a veces sí, a veces no, dependiendo de las olitas que los demás bañistas hacían.  Brincaba para alcanzar la mayor cantidad de aire pero  mi salto no era suficiente y antes de poder tomar una bocanada, ya me encontraba de nuevo en la infame alberca. Hasta que tanteando  el suelo  con los pies di con lo que sería mi salvación: una roca.  La  piedra no era más grande que un borrador pero me ayudó a impulsarme nuevamente e inhalar una  cantidad de oxigeno aceptable. Así hice durante algunos minutos hasta que alguien avisó que una nena se encontraba atragantándose de agua en la piscina. Un muchacho me sacó  gracias a la petición alarmada de mi madre. Yo, atolondrada, no daba crédito, me había salvado de puro milagro. Desde entonces no he vuelto a ver a las piedras de la misma manera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario