Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

viernes, 21 de enero de 2011

Cinturita de Compact

Cinturita de compact
Madellon ajustó un poco más el ceñidor que su flamante esposo, el señor de los anillos, le había hecho en forma de reloj de arena. El cuerpo era casi  tan perfecto como el de una avispa. “Mi esposa tiene la cintura más pequeña que Talía en sus buenos tiempos” pregonaba con entusiasmo el orgulloso marido. Ello hasta que esa noche Madellon exprimió la cinturilla un tanto más de lo sugerido por el médico. La parte superior de su cuerpo se desboronó igual que una estatua de sal y circuló hacia abajo por entre la cinturita de compact, finalmente retomó la forma debajo de sus caderas. Madellon tenía apelmazados la cabeza y los brazos entre las piernas. ¡Voltéame! Gritó horrorizada. Inmediatamente sintió el giro de 180 grados y resurgió  casi completa del otro lado del corsé. Lamentablemente, uno de sus senos quedó atascado entre su vientre y caderas. Ni un apretón más se dijo en tanto que alisaba con desconsuelo el seno atrapado en la parte baja de su corsé. 

En la plaza a la hora de mi comida

                                              En Plaza del Parque
Un murmullo de fuente se escuchaba en el interior de los registros de la plaza.  Las cloacas hacían leves gorgoritos como si dentro de su corazón empantanado habitara un animal. No fueron ni cinco minutos los que pasaron entre que comenzamos a escuchar el breve bullicio y la salida de un líquido entre verdoso y café.   El agua en el suelo caminó abarcando lo ancho y lo largo de todo el lugar. Yo la vi andar  lentamente hacia mí, me acechaba como perro buldog, la dejé invadirme a su antojo y seguí comiendo mi ensalada.  Ni siquiera me moví, me quedé sentada en mi ahora solitaria mesa mientras veía cómo mis pies se iban oscureciendo por el color que el agua les iba dejando.  De pronto sentí una mano en mi hombro izquierdo y en un español casi perfecto un joven de nacionalidad estadounidense me advirtió sobre  lo que yo ya sabía: se te están mojando los pies, dijo. Me mostré sorprendida para no hacer sentir mal al joven y para corresponder a su atención le di las gracias. Hice como que me levantaba pero permanecí así otro rato más. Los otros paseantes salían por las puertas principales, huían como si se tratara del fin del mundo, el apocalipsis de agua bajo sus pies. El servicio de limpieza y algunos policías  empezaron a llegar, traían cubetas, trapeadores, trapos; abrieron los registros y limpiaron la zona inundada. En menos de diez minutos dejaron más limpio que las barbas de Dios padre.  Yo terminé mi comida y salí como si nada por la entrada principal.