Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La vida no es bella

La vida no es bella
El vagón se detuvo intempestivamente después que escuchamos un fuerte golpe en el techo. Tenía una abolladura de tamaño considerable y los vidrios del lado derecho se habían roto. Inmediatamente vimos chorrear sangre en una de las ventanas y un poco después una mano ensangrentada que parecía desmembrarse de un cuerpo humano. Aunque no sabíamos qué estaba ocurriendo exactamente, decidimos actuar con forme al entrenamiento antiterrorista que el gobierno practicaba a menudo con los ciudadanos después de los bombazos que habían acaecido en  meses recientes: nos arrojamos todos al suelo tapándonos el rostro y permanecimos así por espacio de cuarenta minutos. Afuera se escuchaba el trote de los policías, el sonido de los radios portátiles y gente apabullada por el susto. Más tarde un guardia de seguridad entró en el vagón para indicarnos que todo se encontraba en orden. Sólo era otro joven suicida que había saltado sobre el trasporte público desde lo alto de un edificio. La molestia colectiva no se hizo esperar, era el tercer loco de la semana que se lanzaba al tren para matarse. Lo peor que la crisis del dos mil ocho le había dejado a la ciudad, eran precisamente esos zombis sin empleo ni profesión intentando sacarse la vida a golpes. Y el colmo, comentaban los transportistas, de formas tan poco higiénicas y por demás excéntricas. El hecho no habría sido tan deplorado si al menos, se hubiera suicidado en casa, qué de malo habría en querer desaparecer, pero desaparecer en público y delante de todos para mostrarnos su estado mendicante, impidiendo el paso, ensuciando las calles y provocando la demora al empleo, eso ya era otra cosa.