Li Young Lee

A esta hora, lo que está muerto, está inquieto;
lo que está vivio, se calcina.

Que alguien le diga que ya se duerma.

Que alguien le diga al señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como una quemazón y un vuelo y una huida

sábado, 13 de noviembre de 2010

Yo no voy

Yo no voy
   Cuando el presidente Bush dio el comunicado ante prensa nacional e internacional “Es la guerra del bien contra el mal; la batalla en contra del diablo”, la gran mayoría llegaron a creer que se trataba de un serio intento de reivindicación por parte de los Estados Unidos. Y es que al pueblo legionario le quedó la fama de matón injustificado luego que la bomba atómica causó a Hiroshima terribles deformaciones humanas durante varias generaciones. Así mismo convocó a todos los hombres para que lo siguieran hasta el infierno (Afganistan). Por supuesto que el señor presidente pretendía ir al infierno sólo vía satélite y teléfono móvil. Si me uní a la tropa no fue por santo, (ni creyente porque no creo en nada, ni le creo a nadie más que a mi madre), ni por voluntad ciudadana, fue más bien y como la mayoría de los que viven en mi condición, para obtener la visa. Llegó a mi casa la invitación por parte de la academia militar: promesas de pertenecer a la nación de forma honrosa y una enorme cantidad de dinero con la que podría cubrir mis precarios gastos de estudiante universitario. Así mismo se leía una mensualidad realmente interesante y la promesa de conseguir una carrera como militar en la zona de menor riesgo, informática. Supongo que me tenían identificado por mis estudios en el High School y mi consiguiente fracaso al tratar de conseguir una beca del estado. Por supuesto que mi estatus de inmigrante debía parecerles atractivo pues no podría negarme por ninguna razón a tan sugestivo llamado. Así que acepté, envié la misiva firmada con mi nombre y en no menos de dos meses me encontraba cursando en el Army las materias básicas, defensa personal y otras tantas que a bien me servirían en batalla. El curso para iniciados duró no más de un año; periodo en el que debía estar listo para la primera embestida. Por supuesto que tendría que cruzar la trinchera antes de llegar a puesto en donde los soldados únicamente planean estrategias desde la base militar. La guerra aunque santa, deponía hombres acribillados y mujeres viudas entre la locura y la lucidez. Precisamente fue una de ellas quien me advirtió que la guerra duraría más años que los que ella viviría. Era cierto, incluso tal vez algunos más que yo. Finalmente ella falleció al tercer día de conocerla, así como Cristo, sacrificada entre las manos de hombres que pugnaban por una supuesta traición y peligrosidad. Regresé a casa con el corazón hecho mierda y horrorizado. La guerra me había obsequiado el pase para vivir con cierta tranquilidad en los iunaites. Ahora sólo tenía que olvidarme de los niños que había visto decapitados en las calles de Afganistan.